El sueño eterno – Raymond Chandler

Hablar de Raymond Chandler son palabras mayores. Porque, junto a Dashiel Hammett está considerado como uno de los padres de la novela negra. En su ensayo El simple arte de matar (1950), Chandler describe este género como la novela del mundo profesional del crimen. Y ahí es donde nos mete de lleno el autor estadounidense con su personaje estrella, Philip Marlowe.

Fueron Hammett y la revista Black Mask quienes a finales de los años 20 del siglo pasado dieron forma al personaje típico de las novelas de detectives. Estos observaban con cierto pesimismo, y grandes dosis de cinismo, la sociedad de la época, cada día más carcomida por esa termita llamada corrupción.

Marlowe, a pesar de todo, es un idealista. Debajo de la pose de tipo duro, el investigador privado revela que tiene principios y que no todo vale para lograr sus objetivos. El cliente es su bandera, y hará todo lo posible para mantener limpio su nombre, averigue lo que averigue, pero sin traspasar ciertos límites que su moral le impone.

En El sueño eterno, el general Sternwood contrata al detective Philip Marlowe para que le libre del intento de chantaje de un tal Geiger, que utiliza para ello las supuestas deudas de juego de su hija menor, Carmen. La hija mayor del general, Vivian, parece más interesada en averiguar el grado de interés del detective en Rusty Regan, su exmarido, que se ha fugado con la esposa de un gánster local. Cuando Geiger muere tiroteado en su apartamento, Carmen está presente, desnuda y drogada, y para entonces el detective ya sabe que la investigación no ha hecho más que empezar.

Como curiosidad, decir que la novela inspiró dos películas de Hollywood. Una en el año 1946, dirigida por Howard Hawks y protagonizada por Humphrey Bogart y Lauren Bacall, y otra en 1978, un remake llamado Detective privado, dirigida por Michael Winner  y protagonizada por Robert Mitchum y Sarah Miles.

La verdad es que era mi primer acercamiento a este escritor y debo decir que me ha encantado la novela. No suelo mirar el año en que se escriben las historias que leo hasta que termino de leerlas, y en este caso me sorprendió: 1939. Y no porque no supiese que era de esa época, sino porque (con las obvias salvedades), es una novela que perfectamente podría estar retratando la sociedad actual. Totalmente recomendable.

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